Penetración portuguesa en Asia

04.08.2012 14:25
Donde Portugal se manifestó definitiva­mente como una potencia marítima, más que terrestre, fue en Asia. Las condicio­nes políticas que prevalecían en aquel continente cuando empezaron a llegar las primeras flotas portuguesas no fue­ron propias para una amplia conquista territorial que, por otra parte, hubiera demandado recursos materiales y hu­manos superiores a los que podía apor­tar la pequeña nación ibérica. En cambio, los portugueses no tuvieron grandes dificultades para convertirse en verda­deros amos y señores de los mares de Oriente.
Hacia fines del siglo XV existía en el mundo asiático un comercio lucra­tivo y bien organizado, cuyas rutas ma­rítimas más importantes se prolongaban desde los remotos puertos de China y Japón hasta los del mar Rojo, pasan­do por los diversos centros de inter­cambio de las islas del archipiélago Ma­layo y de las penínsulas de Indochina e Indostán. Paralelamente a la expansión musulmana por los países asiáticos, este comercio había ido cayendo en manos de mercaderes árabes o de gobernantes lo­cales convertidos al Islam. Cuando Vas­co de Gama llegó a la India en 1498, el monopolio musulmán imperaba en los puertos principales de la costa Malabar. Calicut, el pequeño reino visitado por esa avanzada portuguesa, vivía, como muchos otros, bajo la influencia de los mercaderes de origen árabe.
Los portugueses se presentaron en Asia como negociantes deseosos de co­merciar. Extranjeros que llegaban de un país lejano, tras un viaje en verdad ex­tenuante, fueron vistos con curiosidad y tratados en principio sin hostilidad algu­na. No tardaron, sin embargo, en adoptar una actitud francamente desdeñosa y agresiva frente a los pueblos nativos y sus autoridades. Vasco de Gama, al disponerse a regresar de su primera vi­sita, se negó a pagar ciertos derechos por las mercancías adquiridas en el puerto de Calicut, que le fueron exigidos por el gobernante local. Algunos años después, Pedro Álvarez Cabral llegó a bombardear ese mismo puerto como re­presalia por un motín popular que hubo en su contra y que habían provocado las arbitrariedades de sus propios marinos.
Menudearon luego los actos de pira­tería y terrorismo, con los que los por­tugueses trataron de establecer su do­minio exclusivo en las aguas oceánicas. Las embarcaciones mercantes que has­ta entonces habían cruzado pacífica­mente el océano índico se vieron en lo sucesivo en grave riesgo de ser asal­tadas y despojadas de su cargamento. Cuando los tripulantes eran musulma­nes, los portugueses siguieron la prác­tica de pasarlos a cuchillo.
Algunos gobernantes locales, princi­palmente los de Calicut, prepararon en varias ocasiones escuadras que pudieran hacer frente a los impetuosos portugue­ses; pero, aunque se libraron batallas encarnizadas, como la que tuvo lugar frente a la isla de Diu, en el litoral nor-occidental de la India, no se consiguió el propósito de detener a los agresores extranjeros. La artillería instalada en las naves portuguesas dio a éstas una su­perioridad definitiva frente a las embar­caciones hindúes, más ligeras que las de sus adversarios pero ineficaces para una ofensiva naval.